Parece que han pasado mil años desde Moscú aunque yo sigo sintiendo la gimnasia literalmente en mi cuerpo plagado de prótesis metálicas. Yo pertenezco a una época en la que nadie nos hacía mucho caso. Donde hoy está el CAR, había un gimnasio con goteras. Para hacer un ejercicio de barra, quitábamos el cubo de encima y al terminar volvíamos a ponerlo para que no se mojara. Que frío pasábamos en invierno… Hoy no se entiende un gimnasio sin foso o cama elástica pero aquello no existía entonces. Recuerdo cuando construyeron el foso en el INEF… era LO MÁS.
Ni que decir tiene que no teníamos fisios ni médicos, que vivíamos en casa y que íbamos al colegio normal y corriente. Nuestros padres nos llevaban y nos traían a entrenar todos los días (algunos días dos veces) y ni yo ni mi familia teníamos vacaciones en todo el año. El lema del Consejo Superior de Deportes en aquella época era “Contamos contigo”… “… y con toda tu familia”, terminaban mis padres la frase. Nos prestaban los maillots de la selección para competir en mundiales y los teníamos que devolver sin siquiera lavarlos. Aquello si que era un deporte amateur.
Por supuesto, esto era también antes de la era digital. Esto es: carretes de fotos y películas de súper 8 (los más afortunados) y no había ni móviles, ni ordenadores, ni facebook. En mi época si salías en “los papeles”, tu madre lo enmarcaba y lo colgaba en el salón.
La preparación para las Olimpiadas empezó, sin siquiera yo saberlo, cuando empecé a entrenar con los rusos Nina y Eugeny Korolkov en el INEF. Nina y Eugeny al principio no me querían en el equipo porque era una niña “demasiado mayor”, “demasiado grande” y “muy poco flexible”. Con determinación conseguí mantenerme ahí cuando luego nos cogió Jesús Carballo (hijo) tras la marcha de los Korolkov a Rusia. Fueron años de duro trabajo. Yo tenía que trabajar el doble para suplir mis carencias en flexibilidad y fuerza. En el 1978 comencé a competir internacionalmente y en el 1979 fui Campeona de España Absoluta y me clasifiqué individualmente para Moscú en el Mundial de Ft. Worth. El año anterior a la Olimpiada mis padres me dejaron (mi trabajo me costó convencerles) saltarme un curso para dedicar todo el tiempo a la preparación de la olimpiada. De nuestro club (El Rodeiramar) nos habíamos clasificado Irene Martínez y yo y junto a Aurora Morata (gran gimnasta catalana) representaríamos a España como parte de un equipo Olímpico formado por más de 300 hombres y 9 mujeres (o niñas). Sólo éramos 9 mujeres de toda España… aquello era muy especial. Ese año entrenamos mañana y tarde hasta la extenuación. “Semana negra” tras “semana negra” fuimos sintiéndonos cada vez más cómodas con nuestros ejercicios.
Gloria Viseras
Algunos recordaréis que esa Olimpiada fue la Olimpiada del Boicot. Los países Occidentales boicotearían la olimpiada de Moscú, en protesta por la invasión Rusa de Afganistán. Empezaron los rumores de que España boicotearía, luego que no… luego otra vez que si… Nosotras sabíamos que las posibilidades de tener otra oportunidad para participar en unas Olimpiadas eran bastante pequeñas. Todavía hoy me siento tremendamente afortunada por la decisión que tomó mi país en aquel momento de NO boicotear la Olimpiada en contra de lo que habían decidido la mayoría de los países occidentales.
Y por fin llegamos a Moscú con nuestros uniformes (que estos si que serían nuestros para siempre) y sintiéndonos muy especiales. Mis padres estaban también allí. Mi padre era por entonces Director de Gráficas de Efe y estaba allí cubriendo el evento y mi madre no se lo hubiera perdido por nada del mundo. Nos alojaron en la Villa Olímpica, un conjunto de 12 torres impresionantes pero con lo absolutamente imprescindible en su interior. Para acceder había que pasar controles y controles de seguridad. Había una pareja de militares apostados cada 5 metros en los perímetros de la villa, con sus metralletas… Esto impresionaba al principio, pero luego el ambiente que había dentro te envolvía de tal manera que toda la seguridad se volvía invisible. En la Villa no había política, no había países, ni ideologías… solo había jóvenes que compartían casi todo contigo y con los que te identificabas plenamente. No los conocías de nada pero la sensación era que eran amigos de toda la vida. Recuerdo cómo nos reímos cuando, paseando, se nos ocurrió pasarle por entre las piernas al gran Sabonis, baloncestista de la URSS de 2,20 metros. Pasé casi completamente estirada por debajo de sus piernas y casi nos morimos de la risa tanto él como nosotras.
Dos de los edificios de pisos eran exclusivos para mujeres y 10 eran para los hombres. Había estricta seguridad en la puerta y por la noche podías oír gritar desde la calle… “FULANITAAAAAAA” y desde las ventanas “GÜACHI GÜACHIIIIIII”… y luego chicas corriendo escaleras abajo. Dentro de la Villa Olímpica había tiendas, había restaurantes de diferentes tipos de comida… orientales, italianos…” Tu podían entrar y comer lo que quisieras donde quisieras. Había discotecas, salas de conciertos, bibliotecas, pabellones de entrenamiento para todos los deportes. Aquello nos parecía el paraíso. Comíamos en la misma mesa con gimnastas a las que idolatrábamos: Filatova, Comaneci, Gnauk…
Recuerdo que tras la sesión de obligatorios quedé la primera de mi grupo y me hicieron pasar a hacer el control Anti-doping. Al salir tres horas más tarde, recibí una ovación de toda la delegación de gimnasia que me había tenido que esperar fuera … no por mis resultados … sino porque POR FIN había conseguido hacer pis.
Desgraciadamente, en el día de descanso entre los obligatorios y los libres me lesioné un tobillo. Me trató el médico Rumano (el de la Comaneci). Me puso una infiltración que me terminó de rematar porque al día siguiente no podía ni andar. En su día dijeron las malas lenguas (en broma) que me habían infiltrado “algo” para que no pudiera competir más…. como si yo hubiera podido ser amenaza alguna para “la Comaneci” (mi gran ídolo).
Y el desfile… el desfile de inauguración fue para mi una de las experiencias más impresionantes de toda mi vida, después del nacimiento de mis 3 hijos. Mis padres en la grada. Esperamos a que nos tocara entrar en el estadio de entrenamiento adyacente. Era emocionante. Cambiamos pines con todo el mundo chapurreando inglés y hablando por señas. Para desfilar nos pusieron a las chicas (las 5 que desfilamos) justo detrás del abanderado Herminio Menéndez seguidas de los chicos de altos a bajos… Parecíamos hormiguillas vestidas de azul y rosa delante de los grandes jugadores de Baloncesto de aquella época: Epi, Corbalán, Brabender, Romay, López Iturriaga… Y el momento de la entrada al estadio… 31 años más tarde todavía recuerdo la sensación en la barriga.
Otro de los recuerdos más entrañables de aquella aventura es que tuve la oportunidad de volver a ver a mis primeros maestros Nina y Eugeny durante los juegos. Fue un encuentro muy emocionante para ellos y para nosotros…
Hoy mirando atrás creo que mi paso por el mundo de la gimnasia me ha dejado a mi mucho más de lo que yo he dejado a la gimnasia. Me ha dejado unos valores que me han servido para todo en mi vida y que intento ahora inculcar en mis hijos: el afán de superación, el respeto por el contrario, la fuerza para levantarme cada vez que caigo de cabeza, honestidad, juego limpio, autoestima, disciplina, tolerancia, responsabilidad, grandes dosis de independencia y compañerismo. Me ha enseñado a ser humilde cuando gano y a aceptar una derrota con deportividad para salir fortalecida.
Creo que mi papel entonces fue allanar el camino para las que vinieron detrás. Nosotras demostramos que podíamos hacer algo importante a pesar de no tener ningún tipo de ayuda ni de medios. Se ha avanzado mucho aunque creo que todavía estamos muy lejos de otros países… no sólo en la gimnasia.
Hoy sigo pasando horas y horas en pabellones deportivos en otro deporte. Mi hijo mayor, Alex Rohaly, ha heredado mi pasión por el deporte y hoy día es Subcampeón de Europa Juvenil de Balonmano. Debo decir que el deporte se vive con mucha más intensidad como madre desde la grada. Ver a un hijo vestir la camiseta nacional es algo mucho más emocionante que vestirla una misma.
Con mi hijo Alex comparto ese sueño olímpico pero yo soy firme defensora del deporte a todos los niveles. Mi hijo mediano, Christian, ha practicado balonmano también y hace deporte de ruedas por ocio sin ningún tipo de aspiraciones competitivas. El deporte es bueno para el desarrollo de las personas y animo a la gente joven a cambiar el botellón por un monopatín o el pitillo por un balón.