Los Juegos de la XI Olimpiada que deberían tener lugar en el año 1936, fueron concedidos a Berlín. La lejanía histórica de más de medio siglo pasado desde entonces, permite ya en la actualidad un examen objetivo y desapasionado de aquella edición olímpica, marcada por el contrapunto de un contrastado claroscuro de diversos caracteres, que la han otorgado un protagonismo descollante dentro del olimpismo moderno. Y así, al lado de una pujante y arrolladora política totalitaria que entonces dominaba al país, encabezada por una figura líder de dolorosas calamidades históricas, se hallaba un pueblo que vibró con los Juegos, llenó los estadios, alentó constantemente a los atletas en sus luchas deportivas y fue permanente compañero de una organización grandiosa e impecable, en la que no se regatearon medios económicos y esfuerzos personales y en la que se introdujeron innovaciones rituarias, que desde entonces, han adquirido destacada carta de naturaleza en la historia olímpica.
De ahí que relatar una vez más los resultados ya conocidos de estos Juegos, no resultaría oportuno, pero sí quizá, el examen de diversos factores que los acompañaron y, que pese a su importancia, han carecido de la misma divulgación.
Para organizar los Juegos de la XI Olimpiada, siete candidaturas se presentaron a la 25ª Sesión del Comité Olímpico Internacional, desarrollada en Mónaco entre los días 22 al 27 de abril de 1927. Los postulantes eran: Lausana (Suiza), Roma o Milán (Italia), Helsinki (Finlandia), Budapest (Hungría), Alejandría (Egipto), Río de Janeiro (Brasil) y Barcelona (España)1.
La candidatura de la municipalidad barcelonesa es impulsada por una Comisión, en la que figura a la cabeza el Barón de Güell, a la sazón miembro del Comité Olímpico Internacional, además de Mesalles Estivil, Elías Juncosa y Pi Sunyer, entre otros. Toda una variada gama de instalaciones deportivas se construyen durante la época con la mira puesta en la opción olímpica y a las que se ejecutan con motivo de la Exposición Internacional de 1924, se añaden entre otras, la del Estadio de Montjuic, con capacidad para 65.000 espectadores, así como una piscina cubierta de cincuenta metros.
El ambiente deportivo en Barcelona en su segunda petición olímpica es de desbordante entusiasmo. El Barón de Coubertin dice en una carta de 29 de julio de 1926, con ocasión de una visita que realiza a la Ciudad Condal:
«...Ello nos dará la ocasión para vivir el delicioso ambiente olímpico que existe en Barcelona, su inquietud deportiva y el justificado deseo de organizar unos Juegos Olímpicos. Creo que los españoles lo tienen ampliamente merecido...».
En otra comunicación epistolar de 7 de noviembre de 1926 añade:
«Antes de conocer Barcelona, yo creía saber lo que era una ciudad deportiva».
En la 28ª Sesión del COI desarrollada en el Herreshaus berlinés (antigua Cámara de Señores de Prusia), el Conde de Baillet-Latour, nuevo Presidente electo del COI desde el 28 de mayo de 1925, dio lectura de la lista definitiva de las ciudades candidatas a sede olímpica para los Juegos de la XI Olimpiada. Eran: Alejandría, Berlín, Budapest, Buenos Aires, Colonia, Dublín, Francfort sur Mein, Helsinki, Nuremberg, Roma y Barcelona. Igualmente durante la Sesión, se determinó que Barcelona sería la cita de la reunión de la 29ª Sesión del COI durante la cual se elegiría la ciudad sede de los XI Juegos Olímpicos.
La 29ª Sesión del COI inauguró sus trabajos en Barcelona el 24 de abril de 1931, aunque las reuniones en el Ayuntamiento no tienen lugar hasta los días 26 y 272.
La situación política española en los tiempos que precedieron a la reunión en Barcelona era tensa, y doce días antes de la Sesión barcelonesa cambiaba el régimen político, implantándose el 12 de abril de 1931, la II República. S.M. Alfonso XIII abandonó España3.
Quizá motivado por la incertidumbre de los acontecimientos el número de asistentes a la 29ª Sesión fue pobre. Solamente diecinueve de una lista posible de sesenta y nueve miembros. En esta ocasión existían ya reconocidos 53 Comités Olímpicos Nacionales y 22 Federaciones Internacionales. El Conde Baillet-Latour, durante su estancia en Barcelona, quedó gratamente impresionado del estado de las instalaciones deportivas con que la ciudad contaba y de la ilusión olímpica que imperaba en su ambiente. En ese mes de abril, el Presidente del COI declara a la prensa barcelonesa:
«La vocación olímpica de Barcelona está fuera de toda duda. Después de haber visitado este espléndido Estadio de Montjuic, orgullo del deporte español, no dudo que esta ciudad tiene fuerza, capacidad y espíritu para organizar unos Juegos Olímpicos. La presencia de los Presidentes de la II República Española y de la Generalitat de Cataluña en el palco de honor, demuestra que todo el país participa en sus fastos deportivos...».
Ante el reducido número de miembros presentes en la Sesión de Barcelona, se toman pocos acuerdos siendo, no obstante, histórica la decisión que entonces se adoptó por unanimidad de admitir la participación femenina en los Juegos de la XI Olimpiada. Uno de los temas fundamentales, cual era la decisión de la sede olímpica para los Juegos de 1936, también se aplazó, acordándose que la votación se hiciera por correspondencia. Roma y Budapest desistieron como ciudades candidatas para los XI Juegos, aunque mantuvieron su opción para futuras ocasiones.
El escrutinio de la votación por correspondencia se hizo en Lausana el 13 de mayo de 1931, en presencia del síndico de la ciudad Paul Perret, y bajo la Presidencia del Barón Godofredo de Blonay (Suiza), Vicepresidente del COI, Berlín obtuvo 43 votos, por 16 de Barcelona y 8 abstenciones.
Concedidos los Juegos a Berlín, los preparativos comenzaron de inmediato, con la sólida y típica programática germana. Pero si el 24 de enero de 1933 se reunió por primera vez en el Ayuntamiento de Berlín, el Comité Organizador de los Juegos de la XI Olimpiada, seis días más tarde Adolf Hitler subía al poder, haciéndose cargo de la Cancillería. El anciano presidente del II Reich, Von Hindenburg, todavía jefe nominal de Gobierno, aceptó el patronazgo de los Juegos, pero el Doctor Lewal, presidente del Comité Organizador y el alcalde berlinés, Herr Salm, vicepresidente, visitaron al Führer, árbitro absoluto y real del poder en Alemania, al que explicaron el alcance, significación y compromiso que los Juegos suponían, empresa a la que el dictador prometió su incondicional apoyo. Pero tales acontecimientos no fueron más que la señal de partida de apasionadas campañas de prensa en ambientes internacionales en contra de la reciente adjudicación de los Juegos, así como forcejeos políticos de todo orden y procedencia, tendentes a instrumentalizar al olimpismo como valiosa arma colaboradora en la consecución de sus fines partidistas, y una vez más el olimpismo, como fuerza sociológica de primera magnitud, tuvo que resistir presiones sectarias de todo tipo e intentos de desviacionismo de toda clase para lograr el cumplimiento de sus postulados programáticos. En este sentido, quizá nunca tanto como en Berlín, un Comité Organizador llevó una vida de lo más azarosa4.
La principal oposición de los Juegos en Berlín surgió en Estados Unidos, dando con ello origen al primer intento histórico de boicot que conocen los Juegos. Con grandes titulares diversos periódicos americanos lanzaron duros ataques contra los anfitriones de la XI Olimpiada, dudando en todo momento que las reglas de la Carta Olímpica fuesen a ser respetadas. La tensión llegó a tal punto que en la 32ª Sesión del COI habida en Atenas en mayo de 1934, el británico Lord Aberdan, preguntó a sus colegas alemanes si los atletas judíos tendrían ocasión de entrenarse con vistas a su participación en los Juegos, cuestionándose el mismo problema, el americano May Garland, que puso de manifiesto la tensión existente en su país en donde la crisis había llegado a tal extremo que hasta se temía por la participación en los Juegos. Los representantes germanos Karl Ritter von Halt y el doctor Th. Lewald, prometieron solemnemente que los no arios tendrían todas las posibilidades de participación y el temor de que se pudieran producir demostraciones contra los atletas israelíes:
«Carecían de todo fundamento, considerado el espíritu deportivo y la disciplina del pueblo alemán».
Con ello, los dos miembros alemanes del COI ratificaron de forma más precisa el acuerdo aventurado un año antes en la sesión de Viena, en donde, a requerimiento similar hecho por el presidente Baillet-Latour manifestaron que:
«En principio los judíos alemanes no serían excluidos de los Juegos de la XI Olimpiada».
Las garantías dadas por los organizadores germanos de que la Carta Olímpica sería respetada, llevó al Presidente del COI a tomar decidida postura por el mantenimiento de la sede berlinesa constatando que, aprovechándose que a pretexto de la indudable implicación nazi que a los Juegos se pretendía dar, en razón del sistema político entonces dominante, tal circunstancia estaba siendo instrumentada por otros partidos de orden diverso que pretendían utilizar el olimpismo desde sus particulares trincheras como eficaz y contundente arma arrojadiza. De ahí, que el Comité, estimando que el lado político de la cuestión no era de su competencia y sí velar porque los Juegos en su dimensión competitiva se mantuviese dentro de la objetiva imparcialidad de las normas, constató tal circunstancia estimando como suficientes las garantías que a tal efecto le habían sido presentadas.
En circular fechada el 6 de noviembre de 1935 en Berlín, Baillet-Latour, haciendo referencia a la amenaza de boicoteo, manifestaba:
«Esta campaña es política y basada sobre afirmaciones gratuitas, cuya falsedad me ha sido posible desenmascarar. El dinero que sirve para alimentarla, procede de los fondos que los Comités Deportivos disponen para sufragar los gastos de participación».
Ante tal postura, la tesis americana de participación, que defendía Avery Brundage, —el que después sería miembro del COI y su Presidente durante veinte años— ganó la partida, sin poder evitar por ello que a continuación fuera tachado de nazi por sus compatriotas opositores5. Pero si el COI hubo de mantener diplomática y firme postura ante las presiones antinazis, también tuvo que hacer gala de similar entereza con las ambiciones de aquellos sobre la dirección de los Juegos.
La tensión estalló un año antes del comienzo de las competiciones con la destitución fulminante del Dr. Lewald como presidente del Comité Organizador y su sustitución por el «Reichsportführer» Von Tschammer und Osten. La postura imparcial de Lewald en su defensa de unos Juegos apolíticos y ciertas implicaciones semitas de su ascendencia, fueron sin duda los motivos fundamentales de tan drástica decisión. Baillet-Latour se trasladó a Berlín para entrevistarse personalmente con Hitler. En concisa decisión adoptada con meditada calma, el Führer fue informado que el COI sólo confiaba en quienes hasta entonces representaban al Comité Organizador y que, de mantenerse la injustificada destitución, la concesión de los Juegos a Berlín y a Garmisch sería anulada... Lewald fue repuesto de inmediato en sus funciones y los preparativos continuaron. Pero la última incidencia de tan apasionada controversia, se había de producir en febrero de 1936 durante la 35ª Sesión del COI con la destitución de Lec Jahneke como miembro del organismo y que había sido elegido en 1927 en representación de Estados Unidos. Jahneke había sido el principal instigador de la campaña americana en contra de la participación en Berlín. Entre él y el presidente Latour, se cruzaron duras cartas a las que se dio publicidad a todos los miembros del COI. La postura unipersonal y cerril de Jahneke, que sin presentar su dimisión se oponía al acuerdo generalizado ya adoptado y ratificado, le valió la destitución, segunda de las que se producían en el seno del COI6. La vacante así ocasionada, fue ocupada por Avery Brundage. Durante aquella histórica 35ª Sesión del COI es de destacar por presagiadora de lo que se avecinaba, la recepción de una nota telegráfica enviada por la «Asociación de Oficiales del Antiguo Ejército Alemán» y firmada por el Conde Von der Goltz, en la que se hacía especial énfasis en la «voluntad de paz» y en «el desarrollo armonioso de las pruebas».
Medallas de los Juegos de la XI Olimpiada - Berlin 1936
El 1 de agosto del año 1936 todo estaba preparándose en Berlín para la ceremonia inaugural. El poderío deportivo alemán se había venido preparando desde quince años atrás, merced a la acertada política de la República de Weimar que había dotado abundantemente a todo el país de estadios, gimnasios, campos de entrenamiento y variadas instalaciones deportivas de la más diversa índole. Como consecuencia de ello, un formidable equipo de atletas iba a competir en los Juegos, deportistas de elite que habían surgido merced a una sabia planificación anterior, pero que el partido entonces dominante iba a tratar de instrumentalizar en su favor.
Entrada de autoridades al estadio en la Ceremonia de Inauguración de los Juegos de 1936
A las cuatro de la tarde, precedido de un toque de trompeta, Adolf Hitler hizo entrada en el Estadio, acompañado por Baillet-Latour a su derecha y miembros del COI y del Comité Organizador. A las vibrantes notas del himno olímpico dirigido por Richard Strauss, sucede el tañido sonoro y profundo de la gigantesca campana de quince toneladas que portando grabado el emblema de los cinco aros, llamando desde el Estadio a toda la juventud del mundo que desee tomar parte en la gran fiesta mundial de la paz. Comienza el multicolor desfile de los equipos participantes precedidos por la delegación griega, a cuyo frente marcha vistiendo el traje nacional Spiridón Louis, primer ganador de la maratón, héroe de los Juegos atenienses de 1896 e invitado especial de esta XI Olimpiada. Al breve parlamento de Lewald dando la bienvenida a todas las delegaciones y atletas, sucede la proclamación de la inauguración de los Juegos, que Hitler hace con su voz metálica y estentórea, dando un tono concentrado como en el mejor de sus mítines. Aplausos y ensordecedor griterío siguen el momento, mientras que el toque de trompetas y el sordo retumbar de once cañonazos preceden al izado de la gran bandera olímpica que majestuosamente es alzada en el gran mástil central. Otras cien insignias correspondientes a los países participantes mezcladas con banderas alemanas son subidas en los mástiles que circundan el Estadio. La suelta de tres mil palomas da el simbólico tono de paz a la ceremonia y mientras en compactas bandadas ganan en vuelos circulares las alturas superiores del Estadio, llega la antorcha olímpica traída desde Grecia, que en manos del último corredor, el germano Erik Schilgen, un especialista de 1.500 metros, hace su último tramo de recorrido antes de alumbrar el gran vaso que comienza a crepitar en grandes llamaradas7. En ese momento Richard Strauss dirige a la orquesta que interpretará el himno olímpico por él creado y así aceptado como oficial en la 35ª Sesión del COI. Spiridón Louis sube a la tribuna y entrega a Hitler una rama de olivo traída, desde Olimpia, cortado de una planta descendiente quizá del famoso olivo Kalistefanos, proveedor de las coronas de los antiguos olimpiónicos. El levantador de pesas Rudolf Ismayr, campeón en los anteriores Juegos de Los Ángeles, procede a prestar el juramento olímpico en nombre de todos los atletas participantes y, a continuación, una masa coral de diez mil voces entona el Aleluya de Häendel, que es coreado por casi todos los presentes.
La fastuosa ceremonia inaugural de la mañana es cerrada por otra deslumbrante manifestación que bajo el nombre de Juventud Olímpica, ha de tener lugar en el mismo Estadio a partir de las nueve de la noche. Su genial creador, como de otros tantos actos y símbolos, es el profesor Carl Diem, Secretario del Comité Organizador y gran amigo personal de Coubertin. Diez mil danzantes de ambos sexos, entre los que se encontraban, como estrellas de primera magnitud, Mary Wigman y Harald Kreutzberg, que habían supervisado la coreografía, evolucionaron sobre el cuidado césped haciendo una representación alegórica de Olimpia y de la influencia del rito y los Juegos en la conservación y mejora de la paz y las buenas relaciones humanas. Un coro de quinientas voces interpretará la Novena Sinfonía de Beethoven y, a continuación cumpliendo un deseo expreso de Coubertin, la Oda a la Alegría de Schiller. En un momento dado, el multitudinario grupo de ejecutantes adopta la precisa y simbólica figura de los cinco aros entrelazados, alegórica alusión olímpica a los cinco continentes unidos por el deporte.
Pebetero de Berlin 1936
La jornada inaugural de los Juegos Olímpicos es como el bautismo de una nueva edición de esa gran fiesta mundial de la Juventud que son los Juegos. Nada parecido o similar se había contemplado semejante a los espléndidos y majestuosos actos de la primera Olimpiada alemana, llenos de significado, simbolismo y espiritualidad. Al día siguiente, comenzaron las competiciones deportivas cumpliendo el calendario agonístico del certamen. Los registros técnicos son de todos conocidos. Pero, ¿qué se podría destacar como más peculiar de lo que fue su desarrollo histórico? En primer lugar, constatar la frustración barcelonesa ante el otorgamiento de los Juegos a Berlín, pese a los sólidos merecimientos de la Ciudad Condal que ya los había solicitado en 1924. Un sector de marcada significación política, intentó una Olimpiada paralela en Barcelona que fue programada para el 19 de julio de 1936 y que no llegó a tener lugar ante los acontecimientos históricos acaecidos la víspera8. En el resto del país hay incertidumbre ante el raro clima político que se respira y la desorientación administrativa para la financiación del desplazamiento. Al fin, la bandera española será arriada del mástil de Berlín y los pocos españoles allí presentes, regresaron a la patria para enfrentarse al dramático trance de la Guerra Civil. Oriol Canals, participante en Garmish-Partenkirchen, será uno de los que perderán la vida en la contienda.
El desarrollo técnico de los Juegos de Berlín hizo cumplido honor a la meticulosa fama organizativa alemana. La foto-finish y el cronometraje eléctrico establecido por primera vez en Los Ángeles, fueron sofisticadamente perfeccionados y acompañados por toda una gama de nuevos ingenios mecánicos que otorgaron un nivel de precisión nunca conocido. La cineasta germana Leni Riefenstahl dirigirá la película olímpica Los Dioses del Estadio, sin duda alguna aún hoy día, la mejor con diferencia de cuantas con posterioridad se han hecho. Pese al limitado y austero cromatismo del blanco y negro, Leni logró con su film una obra maestra que, pese al transcurso de más de medio siglo, hace aún hoy día vibrar al espectador, cautivando su atención y sentimientos como si se encontrara de directo protagonista de aquel momento histórico.
El intento de instrumentalización política de los Juegos, estuvo presente en todo momento como ya se expuso. Sólo la firme decisión del COI evitó que cuajase el calculado proyecto. Nadie quizá en aquellos momentos se hubiese atrevido a decirle a Hitler lo que el Conde de Baillet-Latour le espetó cortante momentos antes de la apertura de los Juegos de Garmisch:
«Ruego consideréis —le dijo— que tanto aquí como en Berlín sois un huésped y no un organizador. El organizador es el COI que velará para que los Juegos se desarrollen sin propaganda política y de acuerdo con sus principios. También os debéis dar por enterado que no tendréis otra intervención que la de pronunciar una breve frase en la apertura solemne».
Acompañando a sus palabras Baillet-Latour le tendió una hoja al Canciller en donde figuraba por escrito la comunicación verbal que le hacía. Entre sorprendido y azorado Hitler respondió:
«Conde, voy a tomarme el trabajo de aprender esta frase de memoria»9.
Pese a todo, la constante permanencia de Hitler en el Estadio, siguiendo con inusitado interés las pruebas y gritando, gesticulando o golpeándose las rodillas según el signo de los acontecimientos, los bosques de brazos en alto saludando, la abundante presencia de símbolos nazis y de grupos uniformados y la adopción de la bandera con la cruz gamada por primera vez como insignia oficial e izada en los mástiles premiando los triunfos germanos, fueron implicaciones que obviamente no pudieron ser evitadas.
Antorcha Olimpica de los Juegos de la XI Olimpiada - Berlin 1936
La antorcha olímpica como el más dinámico y moderno de los símbolos olímpicos hace su primera aparición en Berlín. Carl Diem, el genial profesor y luego director de la Alta Escuela de Deportes de Colonia, es su introductor. A imitación de las lampadedromias o carreras de antorchas en la antigüedad helena, el fuego sagrado es alumbrado en Olimpia merced a la convergencia de los rayos del sol y transportado en carreras de relevos hasta Alemania recorriendo 3.075 kilómetros atravesando siete países durante once días y doce noches, participando en su traslado 3.075 corredores.
Por último, los Juegos de Berlín van indisolublemente unidos al nombre de James Cleveland Owens, más conocido por Jesse Owens, héroe indiscutible de la XI Olimpiada y quizá el atleta más portentoso de la historia del atletismo. Décimo de una modesta familia de color integrada por quince hermanos, Jesse se había iniciado en el deporte hacía seis años, consiguiendo en Berlín el récord olímpico y mundial de los 100 metros lisos, de los 200, del 4 x 100 y el salto de longitud. En esta última prueba, tuvo lugar quizá una de las escenas más hermosas de camaradería olímpica. El contrincante más peligroso de Owens era el germano Lutz Long, quien ante las dificultades que tuvo el americano para clasificarse para la final, le instruyó acerca de cómo debería de realizar el talonamiento de la carrera. Igualados en el segundo salto de la ronda definitiva, al final Owens ha de ganar con un prodigioso registro de 8.06. Ambos contrincantes se fundieron en un abrazo y dieron la vuelta al Estadio acompañados del clamor de 80.000 espectadores. Hitler hacía rato que había abandonado la tribuna incapaz de sufrir la incertidumbre de la dura pugna deportiva10.
Jesse Owens (USA)
El fasto organizativo de los Juegos de Berlín y sus descollantes resultados deportivos, pueden resumirse en la lacónica frase pronunciada por Coubertin al enjuiciarlos un año antes de su muerte:
«Siempre deseé esto...»11.
Los anfitriones alemanes organizan también en este año unos perfectos Juegos de Invierno en Garmisch-Partekirchen. Fue en Garmisch en donde el Conde de Baillet Latour, Presidente del COI, le manifestó a Adolf Hitler que su presencia en las competiciones era la de un simple invitado. 755 atletas de 28 países supusieron un récord de participación. Sonja Henie obtiene su tercera medalla de oro.
Fuente: DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid. 2004, pág. 31 y ss.
CONRADO DURÁNTEZ
Es Presidente de Honor del Comité Internacional Pierre de Coubertin, Presidente fundador del Comité Español Pierre de Coubertin, Presidente fundador de la Asociación Panibérica de Academias Olímpicas y también Presidente fundador de la Academia Olímpica Española y Miembro de la Comisión de Cultura del Comité Olímpico Internacional hasta 2015. Ha intervenido en la constitución de más de una veintena de Academias Olímpicas en Europa, América y África. Su vocación por el Olimpismo ha sido proyectada en constantes y numerosas intervenciones en congresos mundiales, conferencias y simposios diversos, así como en la publicación de numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas nacionales y extranjeras dedicados al examen y estudio del fenómeno olímpico.
Fuente vídeo: http://www.youtube.com
CITAS:
1 MAYER, Otto: A través de los aros olímpicos, pág. 118.
2 DURÁNTEZ, Conrado: Barcelona 92, XXV Olimpiada, pág. 21.
3 HENRY, Bill: Historia de los Juegos Olímpicos, pág. 236.
4 HENRY, Bill: Op. cit pág. 290.
DURÁNTEZ, Conrado: Op. cit., pág. 22.
5 MAYER, Otto: Op. cit., pág. 139.
6 MAYER, Otto: Op. cit., pág. 139.
7 DURÁNTEZ, Conrado: La antorcha olímpica, pág. 59.
8 DURÁNTEZ, Conrado: Barcelona 92, XXV Olimpiada, pág. 23.
9 MAYER, Otto: Op. cit., pág. 130.
10 DURÁNTEZ, Conrado: El Olimpismo y sus Juegos, pág. 54.
FAURIA, Juan: Héroes olímpicos, pág. 73 y ss.
11 MEYER, Gastón: El fenómeno olímpico, pág. 150.