Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, nació en París el 1 de enero de 1863, dentro del seno de una familia acomodada y noble de ascendencia italiana, cuyos antepasados se remontan a un primer Fredy conocido, que sirvió al Rey francés Luis XI, quien le otorgó título nobiliario en 1471. Uno de los Fredy adquirirá en 1567 el Señorío de Coubertin, cerca de París, adoptando el nombre que con posterioridad conservará la familia. Pierre de Coubertin estudiará en París, en la Escuela Primaria, y ulteriormente se graduará en la Universidad de Ciencias Políticas. Vivirá en el castillo de Mirville en Normandía, propiedad de su familia y en París en la calle Oudinot número 20, la casa en donde nació y que será inicialmente el centro operativo del COI.
Desengañado de la política y los políticos, desechando también una fácil carrera militar, muy propia para su rango y condición, tras profundas cavilaciones, decidió dedicarse íntegramente a la ardua tarea de la reforma educativa en su país, impulsado a ello por las reveladoras experiencias personales obtenidas en viaje de capacitación y estudio, llevado a cabo en Inglaterra y América del Norte. La educación, la enseñanza y la pedagogía son en estos momentos de su vida poderosos motores de una febril actividad, desarrollada de forma incansable e ilusionada en prodigiosa proyección histórica de un visionario genial.
«He decidido —decía— cambiar bruscamente mi carrera en el deseo de unir mi nombre al de una gran reforma pedagógica...,[1]ya que lo más importante en la vida de los pueblos modernos es la educación...,[2]la educación que ha de ser el prefacio de la vida.., y lo que así expreso, es el resultado de las observaciones adquiridas en las distintas etapas de mis viajes por los Estados de Europa y América del Norte, en donde he podido constatar la existencia de grandes corrientes de reforma pedagógica, independientes de los sistemas gubernamentales e incluso superiores a las mismas tradiciones nacionales[3]»
El poderoso motor que impulsa su vocacional ideario pedagógico ha de llevarle de manera insoslayable a la moderna concepción del olimpismo, en un tránsito en donde únicamente sus excepcionales condiciones personales de plasmar en inmediatas realidades la genial concepción de grandes ideas, hizo posible tan aventurada empresa. El deporte será pues, no sólo el medio más cómodo, rápido y eficaz para la formación del individuo, sino también el vehículo más directo de comunicación, comprensión y pacificación de los pueblos, al constituir a su entender:
«Una escuela de nobleza y pureza moral, a la vez que medio de fortalecimiento y energía física».
El 25 de noviembre de 1892, en una conferencia que pronunció en el claustro de la parisina Sorbona sobre «los ejercicios físicos en el mundo moderno», anunció el proyecto de restablecimiento de los Juegos Olímpicos, que fracasó ante la general incomprensión, pese al júbilo que despertó la idea. Dos años más tarde y en el mismo recinto universitario, es aceptado el proyecto por unanimidad, creándose el Comité Olímpico Internacional y designándose como primera sede de los Juegos Olímpicos modernos a Atenas, en donde estos tienen lugar en 1896[4].
El primer Comité Olímpico Internacional en los Juegos de la Olimpiada de Atenas 1896
De izquierda a derecha, de pie: Gebhardt (Alemania), Guth-Jarkovsky (Bohemia), Kemeny (Hungría), Balck (Suecia); sentados: Coubertin (Francia), Vikelas (Grecia, Presidente), Butovsky (Rusia)
Dos consecuencias se extraen de tan histórico momento. Acababa de nacer la fuerza sociológica más importante del siglo XX, y su nacimiento se había producido al amparo, cobijo y talante intelectual de un prestigioso recinto universitario.
La misión pacificadora de los Juegos es pauta de especial atención prioritaria para Coubertin, quien manifestaba a finales del ario de su restauración:
«Es preciso —decía— que cada cuatro años los Juegos Olímpicos restaurados den a la juventud universal la ocasión de un reencuentro dichoso y fraternal, con el cual se disipará poco a poco esta ignorancia en que viven los pueblos unos respecto a los otros, ignorancia que mantiene los odios, acumula los malentendidos y precipita los acontecimientos en el destino bárbaro de una lucha sin cuartel[5]».
Coubertin será el alma motora, ideólogo, ejecutor y proyectista de la gran aventura olímpica moderna, a la que estuvo estrechamente vinculado y llevó personalmente desde sus inicios, desempeñando la presidencia del COI entre 1896 y 1925.
Usando los limitados medios de comunicación de la época, dirigió y atendió personalmente el olimpismo restaurado, recibiendo y escribiendo a mano la abundante correspondencia olímpica en progresivo aumento, en titánica tarea personal a la que dedicó todos los momentos de su vida y también la totalidad de su saneada y considerable fortuna, soportando por ello una aguda y difícil situación económica al final de su vida.
La incomprensión de un sector de sus paisanos al sentido de su obra y las tensiones políticas del momento, motivaron el traslado y ubicación del COI a la ciudad suiza de Lausana, a donde llevó también los archivos del mismo, en virtud de un acuerdo firmado en el Ayuntamiento de la ciudad el 10 de abril de 1915, viviendo en este país hasta su muerte ocurrida de forma repentina el 2 de septiembre de 1937, cuando, meditante, paseaba por el parque de la Grange en Ginebra[6].
En su testamento, dejó establecido que su cuerpo fuera enterrado en Suiza, nación que le dio cobijo, comprensión y abrigo a él y a su obra, y que su corazón fuera llevado al mítico santuario de Olimpia, el motor espiritual de su ilusionado y fecundo quehacer olímpico. Allí reposa depositado en una estela de mármol desde el mes de marzo de 1938.
Coubertin dejó en marcha una gigantesca obra viva y cambiante (el olimpismo y Juegos Olímpicos) y una prodigiosa fuente de conocimiento e investigación, integrada por sus múltiples artículos, libros, obras, conferencias, etc., que sobrepasa las catorce mil páginas impresas, genéricamente distribuidas en treinta libros, cincuenta folletos y más de mil doscientos artículos sobre las materias más diversas.
C.E.O.
Fuente: [A] DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid, 2004, pág. 15-17.
Bibliografía:
[1] VIALAR, Paul:Pierre de Coubertin.The Man, the Games. A.O.I.1962, pág. 16y siguientes.
COUBERTIN, Pierre:Une campagne de vingt et un ans,1980, pág. 13.
DURÁNTEZ, Conrado:Olimpia.Madrid, 1975, pág. 352.
[2] COUBERTIN, Pierre:Universités Transatlantiques,1980, pág. 13.
[3] COUBERTIN, Pierre:Notes sur l’éducation publique,1901, Avant Propos.
[4] DURÁNTEZ, Conrado:Olimpia,págs. 354-358.
[5] Discurso de Pierre de Coubertin ante la Sociedad El Parnaso, en Atenas el 16 de noviembre de 1894, enIdeario Olímpico,Madrid 1973, pág. 23.
[6] DURÁNTEZ, Conrado:Olimpia,pág. 362.