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Miércoles, 01 Julio 2015 11:47

Juegos de la IX Olimpiada, Ámsterdam 1928

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Juegos de la IX Olimpiada, Ámsterdam 1928

Amsterdam 1928Conrado Durántez, Presidente de la Academia Olímpica Española, realiza en esta serie de artículos un recorrido por las Olimpiadas de la Era Moderna desde la restauración del Movimiento Olímpico por Pierre de Coubertin en 1894 hasta nuestros días. En este capítulo viajamos hasta Ámsterdam a quien se adjudicó la celebración de los Juegos de la IX Olimpiada de la Era Moderna.

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Un récord de países (cuarenta y seis) tomaron parte en los Juegos con 2.971 atletas. El Con­de Henry de Baillet-Latour dirige el Comité Olímpico Internacional en el que sustituyó a Coubertin en el año 19251. El cambio de Pre­sidencia permite la admisión de las pruebas de atletismo para mujeres de las que Coubertin fue siempre declarado enemigo2. Las que enton­ces se programaron fueron las de 100 y 800 metros lisos, relevos 4 x 100, salto de altura y lanzamiento de disco. Una viva polémica, enconadamente mantenida por feministas y antifeministas, se desató con la innovación, que co­bró su punto álgido, cuando una de las atletas concursantes en los 800 metros lisos se desva­neció durante la prueba.

La familia olímpica se reúne al completo en Ámsterdam, al admitirse a los alemanes, ausen­tes en los anteriores Juegos. Se establece que el calendario de competiciones no podrá sobrepa­sar los dieciséis días, y en la torre del Estadio se alumbra un fuego local, erróneamente considerado en numerosas publicaciones como traído en relevos desde Olimpia, siendo así, que el traslado del fuego olímpico, se realizaría por primera vez, en los Juegos de la XI Olimpiada en Berlín. El fuego que ardió durante los Jue­gos de la IX Olimpiada, puede llamarse olímpi­co en cuanto a que por estar ubicado en un Estadio de estas ca­racterísticas, por ser sede de los Juegos, puede disfrutar de tal calificativo, pero no olímpico por traído de Olimpia, lo que no ocurrirá hasta ocho años más tarde. El símbolo en cuestión es emplazado en aquella ocasión en un gigantesco pebetero situado a cuarenta metros de altura en la torre de maratón, hito descollante del magní­fico estadio concebido y realizado por el arqui­tecto holandés Juan Wils, que en los concursos de arte de estos Juegos, había de obtener por tan señalada obra el primer premio en el cer­tamen de arquitectura3.

Pebetero Amsterdam 1928

Pebetero de Amsterdam 1928

En las pistas, los atletas finlandeses Paavo Nurmi y Ville Ritola, vuelven a dominar la me­dia distancia y en natación, Weissmüller, consi­gue su cuarta medalla de oro olímpica antes de dedicarse al cine. El fútbol acapara la atención masiva del público holandés, en una edición, en donde desde las primeras eliminatorias se de­mostró que los equipos suramericanos no iban a tener rivales extraños a su área geográfica. El conjunto de Uruguay desde el primer momen­to se destacó como favorito, venciendo en la fi­nal a Argentina y revalidando así su triunfo olímpico4.

Paavo Nurmi y Ville Ritola

Paavo Nurmi y Ville Ritola (FIN)

 

En los 400 m vallas el aristócrata inglés Lord Burghley dominó la prueba con sor­presa general. El más tarde Marqués de Exeter, miembro del COI y Presidente de la F.I. de Atletismo inicia así una fecunda gestión olím­pica5. En maratón, un enjuto atleta argelino de veintinueve años, mahometano, vegetariano y obrero, Boughera El Ouafi, defiende los colores de Francia y consigue el triunfo. Su vida poste­rior compendia un dramático exponente de os­cura amargura tras el relumbrón de gloria, con miserable existencia que se extingue por asesi­nato en un sórdido ajuste de cuentas en octubre de 19596.

Medallas Amsterdam 1928

Medallas de los Juegos de la IX Olimpiada - Ámsterdam 1928

 

España consigue su primera medalla de oro en hípica en el concurso de saltos de equipos. El trío de vencedores estuvo compues­to por los capitanes José Álvarez de las Astu­rias, Marqués de los Trujillos, que montaba al caballo Zalamero; Navarro Morené, Conde de Casa Loja, sobre Zapatazo y Julio García Fer­nández que montaba a Revistado7.

Primer Oro Olímpico Español

El Primer Oro Olímpico Español

Desde su atalaya de patriarca olímpico, Cou­bertin, pese a no asistir a los Juegos de Ámsterdam por motivo oficial de enfermedad, no ceja de dar consignas y directrices. Su ausencia en la ocasión pudo estar motivada bien por la aguda crisis económica que padecía al haber gastado toda su fortuna en la causa olímpica, o en el hecho de la admisión de las mujeres en las competiciones de atletismo conforme propuso el sueco Sigfred Edstrom... o en las dos causas a la vez8. Las instrucciones que emanan de sus escritos, algunos repetitivos a conciencia, son motivadas por la equívoca vulgaridad concep­tual que extendidos sectores sociales mantie­nen sobre diversos extremos del Ideario Olím­pico, algunos absurdamente perennes todavía hoy. Tal es el erróneo uso de los términos Jue­gos Olímpicos y Olimpiada al que, con machaco­na reiteración, siempre se refirió9. La coopta­ción como sistema electivo de los miembros del COI también es a ultranza mantenida pues:

«Los miembros del COI no son en ninguna ma­nera delegados en el seno del Comité. Incluso les está prohibido aceptar de sus conciudada­nos cualquier mandato imperativo que pueda encadenar su libertad. Deben, en suma, ser considerados como embajadores de la idea olímpica en sus países»10.

La práctica generali­zada del deporte que fragua por espontánea se­lección al gran campeón y el recuerdo que los Juegos han sido restaurados para la glorifica­ción del atleta individual son otras de las recomendaciones ideológicas pertenecientes a la época11.

II Juegos de Invierno St Moritz 1928Entre los días 11 a 19 de febrero tuvieron lu­gar en Saint Moritz los segundos Juegos de Invierno. Adversidades climatológicas dificulta­ron el desarrollo de las competiciones. Cuatrocientos sesenta y cuatro participantes re­presentan a 25 países. Los esquiadores, patinadores y saltadores escandinavos copan 21 de las 23 medallas disputadas. Sonja Henie consigue su primera medalla de oro en patinaje artístico a los dieciséis años recién cumplidos. La apoda­da «Hada del cielo» inicia así de forma oficial su rutilante carrera de éxitos conquistados con un estilo depurado, armonioso y peculiarmente personal.

Fuente: DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas Modernas, Madrid. 2004, pág. 31 y ss.
Conrado Durantez UABCONRADO DURÁNTEZ
Es Presidente de Honor del Comité Internacional Pierre de Coubertin, Presidente fundador del Comité Español Pierre de Coubertin, Presidente fundador de la Asociación Panibérica de Academias Olímpicas y también Presidente fundador de la Academia Olímpica Española y Miembro de la Comisión de Cultura del Comité Olímpico Internacional hasta 2015. Ha intervenido en la constitución de más de una veintena de Academias Olímpicas en Europa, América y África. Su vocación por el Olimpismo ha sido proyectada en constantes y numerosas intervenciones en congresos mundiales, conferencias y simposios diversos, así como en la publicación de numerosos artículos en periódicos y revistas especializadas nacionales y extranjeras dedicados al examen y estudio del fenómeno olímpico.

CITAS:

1 Le Comité International Olympique, Lausanne, 1981, pág. 45.

2 THARRATS, J. G.: Historia de los Juegos Olímpicos, pág. 403.

COUBERTIN, Pierre: Memorias Olímpicas, pág. 230.

COUBERTIN, Pierre: Ideario Olímpico, págs. 174. 241 y 277.

3 DURÁNTEZ, Conrado: Olimpia, pág. 395.

DURÁNTEZ, Conrado: Las Olimpiadas griegas, pág. 325.

DURÁNTEZ, Conrado: La antorcha Olímpica, págs. 48-59.

DURÁNTEZ, Conrado: El Olimpismo y sus Juegos, págs. 31 y 54.

4 HENRY, Bill: La historia de los Juegos Olímpicos, pág. 226.

THARRATS, J. G.: Op. cit., pág.

5 MEYER, Gaston: El fenómeno olímpico. pág. 135.

HENRY, Bill: Op. cit., pág. 229.

6 THARRATS, J. G.: Op. cit., pág. 421.

7 DURÁNTEZ, Conrado: El Olimpismo y sus Juegos, pág. 51.

8 THARRATS, J. G.: Op. cit., pág. 403.

9 COUBERTIN, Pierre: El ideario olímpico, págs. 181 p215,

10 COUBERTIN, Pierre: “Conferencia en la Alcaldía del XXI Distrito de París”, 1929, en Ideario Olímpico, pág. 291.

11 COUBERTIN, Pierre: Ideario Olímpico, págs. 193 y 197.

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